viernes, 1 de septiembre de 2017

A veces, me gusta que alguien me diga que todo va a salir bien


Soy una persona fuerte, de esas a la que la vida ha mordido más de una vez. Sin embargo, me gusta que alguien me coja de la mano de vez en cuando y me diga que todo va a salir bien.
Que me prometan que hay mucho que hacer y poco de lo que preocuparse. Sentir esta necesidad no es debilidad, sino la valentía de alguien que agradece el buen apoyo y el consuelo cuando así lo necesita. 

Decía Antoine de Saint-Exupery con gran acierto que el fracaso fortifica a los fuertes. Esto es así por una razón muy sencilla: para que uno adquiera una adecuada fortaleza de corazón y erija los cimientos del coraje, primero debe haber caído.
Primero debe probar en piel propia la herida de la decepción, el vacío de la pérdida o y la marca del error.


“Todo va a salir bien al final, y si no es así… Es que aún no es el final” 
Así, y puesto que ese tipo de perfil es un gran entendedor de la  secreta artesanía de reparar esas grietas internas, solo ellas, las personas fuertes, entienden lo que supone recibir de vez en cuando una palabra esperanzadora y una mano amiga que se ofrece a levantarlas. En un mundo de espaldas todos apoyo es bueno. En un momento de adversidad, hasta el mejor de los héroes y la más reluciente de las heroínas agradece que alguien le diga que todo va a salir bien… porque si de algo se vive es de fe.


Una secreta necesidad: el hambre emocional

Ya en 1920, Edward Throndike entendía la Inteligencia Emocional como una habilidad para comprender a las personas ayudándolas a actuar sabiamente en sus relaciones”. Aún más, también decía que si hay una dimensión que suele caracterizar al ser humano es el “hambre emocional”. Todos nosotros necesitamos en ocasiones más apoyo del que recibimos, más consideración de la que nos conceden, más reconocimiento e incluso, por qué no, un afecto más presente, más tangible.

Sin embargo, si hay algo que nos recomiendan la mayoría de libros de autoayuda es que aprendamos a “auto-abastecernos”. Es decir, debemos poner en práctica adecuadas estrategias para disponer de un buen amor propio, una autoestima resistente y una personalidad fuerte con la que salir airosos de cualquier adversidad. Si bien es cierto que todo ello es positivo y hasta recomendable, hay un matiz que conviene tener muy claro.
La persona que invierte en su crecimiento personal y en sus fortalezas psicológicas no debe caer en el extremo de practicar un “auto-abastecimiento” tan agresivo, donde dejar de necesitar nada de nadie. Porque a veces, quien no necesita nada, tampoco ofrece nada y casi sin darse cuenta acaba practicando un auténtico materialismo emocional.


La clave está en el equilibrio y en entender que una persona fuerte no es alguien inmune al sufrimiento, ni insensible ni carente de sentimientos. Los fuertes son quienes un día se permitieron ser débiles y quienes en su interior, siguen sufriendo la huella de la adversidad, por tanto ellos más que nadie deberían no solo dar apoyo, sino permitirse también recibir esas caricias emocionales con las que saciar su hambre, con las que seguir curando sus silenciosas heridas.

Todo va a salir bien, confía en mí
Todos necesitamos que en algún momento de nuestra vida alguien nos coja de la mano y nos diga que todo va a salir bien. Hay instantes así, esos donde la confianza en uno mismo no llega, esos donde una buena autoestima no garantiza el éxito, la resolución o el buen desenlace. Hay momentos puntuales en que nada es tan catártico compartir cargas, aligerar el peso de los miedos y la carcoma de las preocupaciones.
Se sabe, por ejemplo, que aquellos médicos que toman la mano de sus pacientes y les ofrecen mensajes positivos, cálidos y esperanzadores, logran reducir el miedo y la ansiedad en los enfermos. Asimismo, pocos calmantes son tan reconfortantes como ese padre o esa madre capaz de apagar las inquietudes de sus hijos, invitándolos a confiar, diciéndoles que todo va a salir bien.

Hay veces, y esto nos pasa a todos, en que el cerebro se nubla y aparecen las tinieblas mentales. Porque los pensamientos negativos tienen la mala costumbre de ser resistentes, de ser como el estaño que ensambla el negativismo con la pesadumbre, la incertidumbre con el caos.


Cuando esto ocurre, cuando los jinetes del miedo cabalgan libres, no siempre logramos por nosotros mismos aplicar ese enfoque racional donde entender que una derrota no es una catástrofe o que un desengaño el fin del mundo.

En esos momentos una mano amiga, una mente clara y un corazón dispuesto pueden hacer milagros. Porque no todos los caminos hacia la sanación los podemos hacer en soledad, porque aunque hayamos aprendido a auto-abastecernos nadie está libre de experimentar estos instantes de ofuscación, de falibilidad y debilidad.

Que alguien nos diga que todo va a salir bien, ayuda. Que nos recuerden que en la vida todo llega y todo pasa, alivia. Que alguien nos coja de la mano y nos prometa que estará con nosotros pase lo que pase, nos infunde tranquilidad y un gran sosiego. Aprendamos entonces a aceptar ayuda, a ser humildes y permitirnos recibir lo que otros libremente nos regalan. Seamos ante todo capaces también de ofrecer a los demás lo mejor de nosotros mismos para crear así entornos más receptivos, más fuertes y saludables desde un punto de vista emocional.

 http://www.diapordiamesupero.com

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