jueves, 9 de marzo de 2017

HIJOS ADICTOS. Por Elizabeth Romero Sánchez.


HIJOS ADICTOS
Vaya tema sí!

Hablar de hijos adictos, casi siempre es apenas la punta del iceberg de una problemática mucho más grave y profunda en la sociedad de cualquier país.

Muchas personas, tienen la duda de cómo manejar, ayudar, tratar a sus hijos adictos, cuando la verdadera pregunta debería ser, qué debo hacer yo para mi cambiar mi visión con respecto a cómo fue que gracias a mis decisiones, a mi carácter y a mi personalidad, he educado y he criado a un hijo adicto.

Es duro, demasiado duro y doloroso lo sé, pero los hijos siempre serán el resultado del ambiente en casa, del ejemplo de los padres, del entorno social, del nivel educativo, del nivel socio económico, de las creencias y de los valores.

Porque lo que sí es una gran verdad, es que hay hijos adictos de nivel económico social alto e hijos adictos de nivel económico social bajo. Y es aquí, cuando el dinero, deja de ser un factor determinante.

Vayamos entonces a la raíz del problema.
Las adicciones en Biodescodificación, únicamente tienen tres causas principales posibles:

- Padre, Madre o ambos con actitud sobreprotectora.

- Padre, Madre o ambos con actitud castrante, fría, ausente, indiferente.

- Transgeneracional.

De éstas tres causas, claro pueden derivar otras tantas incluyendo las circunstanciales.
Debemos aclarar también, que se tomará como madre o como padre a la figura familiar que juegue éste papel en la crianza y educación del niño o adolescente, pudiendo ser la abuela, el abuelo, la tía, el tío, la hermana, el hermano, etc.
La historia de un adicto, comienza desde meses previos a la concepción.

Cuando la madre o el padre, ya traen consigo un historial de miedos, creencias, miedos y expectativas.
Es concebido pues, un bebé.
Ya desde aquí, el pequeño o pequeña, cargarán con dos historias familiares diferentes, pero igualmente importantes.
Ya desde aquí, se vendrán heredando fortalezas y debilidades.

Hasta los 3 años de cualquier pequeño, la esencia de la madre y del padre, están con él. Esencia emocional que puede incluir debilidad, baja autoestima, miedo a ser abandonado o abandonada, resignación, conformismo, etc. Es lo que conocemos como “Proyecto Sentido”, es decir, la manera en que yo como padre y yo como madre, programo a mi hijo para que cumpla mis expectativas, repita mis errores, logre lo que yo no he logrado, o se comporte como yo espero que se comporte.

Luego de los 3 años y hasta los siete, el pequeño o pequeña, absorberán cual esponjas TODO a su alrededor: amor, desamor, rechazo, fuerza, unión familiar, abandono, límites, valía, etc. Esto es muy importante y lo repetiré, las bases de la personalidad, se forman desde los 3 y hasta los 7 años.

Por lo tanto, si un niño vive dramas, llantos, peleas, discusiones, golpes, gritos, celos, envidias, malas palabras, etc. Durante estos 7 años, no importa que a partir de su octavo cumpleaños comencemos a decirle que es un pequeño o pequeña bonita, valiente, fuerte. El daño ya se ha hecho.

Si por el contrario, el menor vive durante los primeros 7 años amor, abrazos, respeto, atención, tranquilidad, armonía, será imposible que en un futuro presente adicciones.
Debemos tomar en cuenta también, que no todos los matrimonios, no todas las parejas, están bien conformadas al momento de concebir.

Del mismo modo, no todos los matrimonios, no todas las parejas, están en armonía sobre cómo criar o educar a un hijo.
Imaginemos, que un ser humano, es un teléfono celular.
Imaginemos que el Sistema Operativo Android, es el Proyecto Sentido con el que fue programado. Un sistema básico que incluye lo esencial, pero abierto a actualizaciones.

Ahora imaginemos, que desde los 3 y hasta los 7 años, al pequeño o pequeña, le instalarán continuamente, aplicaciones diversas.
Y así es como llega al mundo un nuevo ser humano, programado con el software llamado “esto quiere mi familia que yo sea” y hasta los 7 años, vive actualizaciones llamadas “así es como debo ser y así debo vivir”.

Si dejamos nuestro celular a cargo de la abuela o del abuelo, y no estamos pendientes del trato que le dan ellos a “mi hijo”, mi teléfono, cuando yo venga a darme cuenta, ya le habrán instalado, sin mi autorización, varias app´s que a mi como madre o padre, no me gustan.

Si antes de sus 7 años, yo no estoy pendiente día y noche, de ese pequeño, de que reciba amor, atención, cuidados, estabilidad, comunicación, respeto, etc. No tengo derecho a preguntarme en un futuro ¿por qué mi hijo salió así?

Y casos hay muchos y muy diversos:

- Los padres que no eran una pareja bien conformada, y tuvieron a un pequeño al que encargan aquí, dejan allá, o abandonan con los abuelos.

- Las madres, que por retener al “amor de su vida” se embarazan y al ver que finalmente la pareja las abandonó, botan al hijo en cualquier lugar.

- Los padres que ven a los hijos como “cargas” o como “impedimentos” para conseguir un nuevo amor, una nueva pareja.

- Las madres, que por trabajar y sacar adelante al pequeño, lo dejan al cuidado de abuelos, tíos o hijos mayores.

Y lo vuelvo a repetir.

La personalidad, fortaleza, autoestima, carácter, principios y valores, se absorben hasta los 7 años. Es fundamental, para entender la vida de un adulto, analizar justo éste período en su vida. Allí es donde se encontrarán los mayores daños emocionales.

- Si yo, permito que mi hijo o hija, sea caprichoso hasta los 7 años, ¡agárrense! Porque será un adulto caprichoso.

- Si yo permito, que mi hijo o hija obtenga todo lo que pide hasta sus 7 años, pónganse a rezar para que la tolerancia a la frustración le llegue por ósmosis una noche de luna.

- Si yo le demuestro a mi hijo hasta sus 7 años, que mi prioridad en encontrar el amor, y que él o ella me “estorban”, ya puedo imaginar al adulto que me odie por no quererlo, por no verlo como mi prioridad.

- Si durante los primeros 7 años de mi hijo lo único que yo le demuestro es mi mal carácter, mis lágrimas constantes, mis miedos, mis dudas, mis frustraciones, haré de él o ella, el adulto más débil del mundo.

Y a todos estos ejemplos, debemos sumar, que no siempre los padres, permanecen juntos para ver crecer a los hijos, para criarlos, para educarlos.

Vivimos en una sociedad, en donde los padres divorciados, juegan una dinámica tóxica total.
En donde la madre educa, limita, cría al hijo como puede, mientras que el padre sólo los ve los fines de semana para “pasearlo”, comprarle todo lo que pida y consentirlo.

De éste modo, el niño recibe 7 años de entrenamiento para ver a la madre como “la bruja” y para ver al padre como “mi papito lindo”, (y viceversa claro), haciendo de él o ella, un adulto experto en manipulación.

¿Ya se dieron cuenta de que realmente las adicciones, realmente sólo son la punta de esta inmensa montaña?
Porque cuando la madre o el padre, descubren que su hijo es adicto, SIEMPRE, es tarde.

Y realmente, el pensar que “se puede curar”, es una apuesta a liberarnos de nuestra responsabilidad como autores materiales de su adicción.
Y es que cualquier tratamiento contra adicciones, es una lucha, por hacerle ver, a ese adolescente, joven o adulto, lo valioso que él era desde antes de nacer siquiera.

Se trata de hacerle ver (y es por ello que muchos de los tratamientos anti adiciones tocan temas religiosos), que ellos como seres humanos, son fuertes en esencia.

Pero comenzar a quitar, capa tras capa de veneno, es duro y lamentablemente, no siempre es posible.
Es normal o podríamos decir, usual, que la mayoría de los niños al entrar en la adolescencia, tengan contacto ya con compañeros o ambientes en donde se les ofrece alcohol, pastillas, cemento, drogas, etc.

Es también usual, que una gran mayoría de éstos niños o adolescentes, prueben dichas sustancias por curiosidad.
Y a su vez, también es usual que éste sea justo el momento, en que si las bases emocionales del niño o del menor no están bien cimentados, éste decida continuar consumiendo dicha sustancia para evadir “su triste realidad”:

- Mira mamá, mira papá, vengo drogado o tomado, por tu culpa, porque nunca estuviste ahí para mí.
Otros niños o adolescentes, viven las adicciones “como reto”:
- A ver mamá o papá, si tanto me amas, ábreme la puerta, vengo drogado o tomado, acéptame así, demuéstrame que me amas, que te importo.
Y otros más, lo viven como imitación para lograr aceptación:
- Mira mamá, mira papá, vengo igual que tú, igual de drogado o tomado, tal como lo hiciste siempre, soy como tú, somos familia.

Si el niño ha visto que el alcohol es algo común en las convivencias familiares, si el niño ha visto que su madre, su padre o sus hermanos beben con frecuencia, si el niño ha visto que su madre tolera, procura y atiende a su padre tomado, será más fácil que el niño asuma que él también tiene el derecho de beber, y además, ser tolerado, ser procurado y atendido.

Si por el contrario, el niño no ha visto jamás, una botella de alcohol en su casa, si jamás ha visto a su padre o a su madre bebiendo. Si el alcohol es una bebida muy ocasional en casa o totalmente ajena a ella, será mucho más fácil, que él pueda distinguir entre lo incorrecto y lo correcto. Entre lo necesario y lo superfluo.

Todo lo anterior, simplemente, aporta un elemento al caso de las adicciones y éste elemento, sería “el ejemplo” que el niño o adolescente ve en casa y percibe por parte de los adultos o personas a cargo de él.
Ahora analicemos otro elemento de las adicciones, el aspecto emocional.

Si el niño o adolescente, goza de una extraordinaria comunicación con sus padres, si se siente valorizado y reconocido como inteligente, si él sabe la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, si él ha visto a su madre y a su padre superar obstáculos y problemas de manera saludable y armoniosa, el niño será perfectamente capaz de saber, que de ninguna manera, una droga o el alcohol, son necesario para terminar un trabajo, para relajarse después de una larga jornada, un evasor de responsabilidades, una herramienta para olvidar, una herramienta para trasnocharse. Se dará cuenta, de que las drogas, no son la respuesta.

Si por el contrario, el niño es maltratado o ignorado en casa. Si no hay en el hogar una figura paterna o materna saludable. Si presencia constantemente peleas o discusiones. Si nadie lo escucha o se preocupa por él, si el menor ve a su padre o a su madre tomándose una copa o drogándose cada que está feliz o cada que está triste, y más grave aún, si sus padres son adictos y él ha presenciado el momento en que sus padres se drogan, fácilmente decidirá que aquella primera prueba, es la entrada a las herramientas que él necesitará en la vida para apoyarlo en sus logros o tropiezos.

Y es que el hogar, la casa, la familia, son el “lugar seguro” de cualquier ser humano. Pero cuando ese lugar seguro, lleno de protección y amor, es realmente un campo de pelea, un mundo de gritos, órdenes y contradicciones, lo primero que pensará en joven al conocer las drogas o el alcohol es: “con esto, estoy mejor que en mi casa”.

Hay personas, que comienzan a utilizar drogas y alcohol hasta ya adultos, cuando se deben enfrentar a alguna situación, para la cual no están preparados emocionalmente, porque no recibieron las bases necesarias. Pero sea cual sea la etapa, siempre será una inconsciente “búsqueda de amor”, “búsqueda de aceptación”, “búsqueda de la auto-valía”; y el entorno que rodea al menor, ya sea la casa, la familia, la escuela o la calle, determinarán en mucho el tipo o la intensidad de adicción que se adquiera.

Estas son algunas frases expresadas constantemente por los padres o madres de hijos adictos:

- Cómo me gustaría saber cómo ayudar a mi hijo.
- Me preocupan las adicciones de mi hijo.
- Hemos hecho de todo por sacar de las drogas a mi hijo.
- Sufro tanto por mi hijo y sus vicios.
- Ya he intentado de todo con mi hijo y no deja los vicios.

¿Y cómo hacemos para volver atrás y reprogramar tantos errores en la crianza y en la educación?

¿Cómo hacemos entonces para hacerle entender a ese menor que la madre o el padre no lo abandonaron sino que estaban trabajando para darle una vida mejor?

La mayoría de los adictos, puede reconocer que su madre o su padre son unos “santos”, porque las creencias culturales, religiosas y sociales, lo obligan a eso. Pero muy en el fondo, existe un rencor hacia esos mismos padres.

Los padres, por su parte, lo que siempre expresan es:
- Su padre o madre nos abandonó o murió y yo tuve que hacerme cargo, ha sido muy difícil.
- Su padre o madre nos abandonó o murió y yo tuve que encargarlo con los abuelos
- Su padre o su madre era igualito (a), ya no sé qué hacer.
Y de pronto, nos encontramos con padres y madres que ruegan a Dios porque desaparezcan las adicciones de sus hijos, sin darse cuenta, de que han sido ellos los promotores de esas carencias emocionales que fueron compensadas con drogas o alcohol.

Esas madres o padres que siempre dijeron sí a lo que pedía el menor, que lo llevaron a cuanto lugar quiso el menor con tal de no vivir una pataleta, accediendo a todo tipo de caprichos.
Esas madres duras o padres duros, que por trabajar, dieron por sentado que el menor comprendería con madurez la situación económica y el esfuerzo.

Esas madres o padres que jamás impusieron límites o que delegaron la educación de los hijos a otros.
Esas madres o padres que exigieron a los hijos, más de lo que emocionalmente podían dar y nunca ofreciendo palabras de cariño, respeto o admiración por ellos.
Esas madres o padres que jugaron el juego del “pobre de mí”, no he sido feliz, no tengo tiempo, debo trabajar, no tengo pareja, mi pareja me dejó, no estoy a gusto con mi vida y ….ah! es verdad! Tengo un hijo, pero está con mi mamá, yo vine al cine con un amigo.

Hay tanta carencia emocional detrás de cualquier adicción a las drogas o al alcohol, que realmente las adicciones son el menor de los problemas.

Hay un mundo de circunstancias tóxicas, negativas, frías, contradictorias.
Hay un mundo allá afuera, totalmente intolerante a la frustración de un despido, del fallecimiento de un ser querido, de un rompimiento o abandono amoroso.

Tantas y tantas personas que al ignorar que son seres únicos y maravillosos, llegan a la conclusión, de que la mejor opción es evadirse.

Porque nunca lo oyeron ni lo vieron en sus casas. Porque nunca lo vieron y lo oyeron en su familia o con sus amigos.
Tantas mujeres, escapando de un hogar tóxico, para casarse con el primer hombre que les dijo palabras bonitas, porque necesitaban oírlas, porque necesitaban amor, cariño.
Para luego venir a descubrir que el príncipe azul era una copia del padre o de la madre violento o indiferente de quienes escaparon.

Esas son las madres que no tienen el carácter para poner un “hasta aquí” al hijo, porque como quieren ser aceptadas, porque como buscan migajitas de amor, basta la mirada de su hijo intoxicado, para doblegarse y permitirle el vicio.

Madres llenas de compromisos sociales, viajes y reuniones, con su marido adicto porque trabaja las 24 horas, esas madres, que cuando descubren que su hijo es adicto también, ya han pasado meses o años, porque ellas estaban enfocadas en otra cosa y su vida es fuera de casa.

Madres que por su lejanía emocional con el menor, dan por hecho que “ha salido a su padre” y siguen con su vida como si nada.
Y podemos seguir enumerando tipos de madres y padres y un millar de pretextos para justificar que no han hecho un buen trabajo.
Y podrán ser unas santas madres, abnegadas y cariñosas, pero tienen hijos adictos, lo que demuestra que algo más que santidad, abnegación y cariño, hizo falta en casa.
Y podrán ser unos padres bondadosos y comprensivos, pero tienen hijos adictos, lo que demuestra que algo más que bondad y comprensión también faltó.

¿Y qué diablos faltó entonces en casa para que mi hijo o hija se convirtieran en adictos?

“LÍMITES”.

Los hijos siempre pedirán y exigirán de los padres, los límites, las reglas del juego. Porque sin las reglas, no sabrán ni de qué juego se trata.
Amar a un hijo es abrazarlo, comprenderlo, apoyarlo, besarlo, animarlo, escucharlo, alimentarlo, sí, pero de igual manera, es necesario es necesario vigilarlo, corregirlo, guiarlo, confrontarlo, etc.

No se trata de “ser amigos” de los hijos, no. Se trata de imponerse, porque los padres son la brújula que marca el camino y sin brújula, los hijos se perderán.
Un padre o madre dan una orden y ésta se cumple porque se cumple. No se trata de democratizar todas las situaciones para “ver si el niño quiere…”
Cuando un verdadero padre o una verdadera madre saben que de ellos depende el futuro de sus hijos, no se andan con “soy amigo de mi hijo”. Simplemente asumen que tiene la responsabilidad de dar las órdenes correctas en el momento correcto, y de dar amor y cariño en todas sus acciones.
Las adicciones son una cuestión que debe evitarse, porque solucionarse es una labor que ya no está en ti como padre o madre.

Consejos para evitar las adicciones:

- Poner límites en el número de salidas de tu hijo o hija. ¿Hay 4 fiestas este mes? Puedes ir a una, elige cual.

Esto le permitirá a tu hijo, valorar cada una de las salidas, cada uno de los permisos, y no los verá como “escape de casa”. Sino como una oportunidad de divertirse.

- ¿Cómo te vas a ir?, ¿Quién va a ir?, ¿Quieres que vaya por ti? ¡Quieres comer algo antes de irte por si allá no hay nada de comer?

Parecieran situaciones imposibles, pero si has hecho un buen trabajo como padre, toda ésta dinámica será fácil. Y hasta será posible, que logres que a media fiesta o salida, te llame para que vayas por ella o por él, porque tendrá la confianza de llamarte para decirte que la salida no valió la pena y que todos están tomando o intoxicándose y que él o ella ya no quieren estar allí.

- Vigilar que su regreso, sea a la hora acordada y si no es así, tener pensado la estrategia a seguir, no como castigo no, sino como equidad: “No llegaste a la hora que acordamos, no más permisos éste mes”. (Así se hace y así debe ser, aunque al día siguiente sea la boda de quien sea y hasta tú como padre o madre, te la pierdas.)

- Preguntarle cuando llegue, cómo le ha ido, si se ha divertido, si ha comido algo y si valió la pena haber salido. (Aunque no lo creas, tu hijo quiere ser recibido en casa, igualmente con la amabilidad, gusto e interés, que recibió de sus amigos). Él o ella, necesitan descubrir, que dentro de casa, hay la misma intensidad de amor que ha afuera. Y si haces bien tu trabajo de padre o madre, puede ser que hasta se siente a platicarte las cosas que él percibió como “malas” en su salida. Eso te aumenta puntos como padre, contar con la confianza de tu hijo.

- Vigilar el estado físico, con el que regresa tu hija o hijo, porque de llegar tomado o drogado, ese será el momento de cerrarle la puerta. Ese será el justo momento, en que si cierras las puertas de la casa a tu hijo, reducirás las probabilidades de adicción en un 90%. Y, aunque no lo creas, si tu hijo o hija llegan intoxicados, están gritando inconscientemente porque les impidas pasar, necesitan ver que hay límites y que como hoy los han roto, hay “un guía” que está ahí para guiarlos.

¿Qué debo hacer entonces para ayudar a mi hijo adicto?

1. Cerrarle las puertas a la casa.

Así tal cual.

Tú no puedes ni podrás jamás hacer nada por tu hijo adicto.
Porque una vez convertido en adicto, para tu hijo ya no eres la fabulosa madre o el fabuloso padre, no te escucharán porque el daño ya se ha hecho.
La droga o el alcohol, ahora son los verdaderos amigos de tu hijo o de tu hija.
Tú eres tan sólo la herramienta para que ellos sigan siendo adictos y además, sean premiados por su adicción con un techo, con comida caliente, cama cómoda y ropa limpia.
Lo ideal, sería, cerrar la puerta desde el primer día que llegue alcoholizado o intoxicado, pero para eso, tendrías que permanecer despierto y atento hasta la hora en que regrese de cada salida (eso siempre lo hacen los padres responsables). Sea la hora que sea. Porque deberás vigilar que respete la hora de regreso acordada y además, el estado físico con el que regresa.

Hay que dejarle muy claro que en esa casa, no se permitirán drogas ni adictos.
(Aquí realmente descubrirás cuan tóxico es el ambiente que rodea al chico o chica.

Tal vez porque en el refrigerador siempre hay cervezas, existe hasta una barra para beber una copa o en la mesita de noche está la droga del papá.

O tal vez tu pareja, te impida que pongas ese límite, porque él o ella son adictos igualmente, o tengas miedo a que la tía, la hermana, la prima o el cuñado te llamen mal padre o mala madre. Y ya desde aquí, tal vez te sea más claro vislumbrar las causas…

No mientas.

Es mejor enfrentar los hechos con honestidad. No finjas no saber nada para “no ofenderlo”, porque entrarás a un juego sin salida. Sabes que es adicto, y así se lo haces saber. Le hablas de que existen soluciones, (tal vez consigas folletos o información de centros de ayuda) y si se muestra interesado, se los das.

No lo sobreprotejas.

Permítele que enfrente y arregle las consecuencias negativas de sus actos. Si le solucionas todos los problemas en los que acostumbra involucrarse, nunca solicitará la ayuda que requiere.

No lo amenaces.

No comiences con el juego de “a la otra que llegues así te cerraré la puerta”.

Ese es otro juego sin final.

A un adicto no se le amenaza, ni se le “avisa”.
Con un adicto, se actúa y punto.

No discutas.
No hables con él o ella cuando esté intoxicado.
Si quiere hablar, que vuelva a casa, cuando hayan pasado los efectos.

Y si al leer esto, lo único que sientes es algo como un:

“Ay, pobre de mi hijo, cómo le voy a cerrar la puerta”, no hay más qué decir, porque entenderás que lo que vives, no es una preocupación por tu hijo, sino una culpa enorme y la persona que debe ser ayudada, realmente eres tú, como padre o como madre.
Ni tocar el tema del amigo que quiere ayudar, la vecina que quiere ayudar, la novia que quiere ayudar….
Esos son conflictos emocionales propios, reflejados hacia el adicto.
Sentir la “necesidad” de ayudar a un adicto, ya es en sí mismo, otro problema.

Lic. Elizabeth Romero Sánchez: Hipnosis Clínica Ericksoniana, Master Raja Yoga, Diplomado PNL, Psicología, Biodescodificación.

Grupo: https://www.facebook.com/groups/akashasi/
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Elizabeth: https://www.facebook.com/ElizabethRomeroS


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